Monday, July 20, 2015

Sumando monstruos sedientos de amor

 Sumando monstruos sedientos de amor*



Estoy convencido de que es en el cansancio cuando debemos estar más atentos a lo que acontece en derredor. El agotamiento por la vorágine del 150º Aniversario de Lincoln (ese que cobijó la hermandad de todo un pueblo) me encontró, al ocaso del domingo, con dos vecinos linqueños que parecían reencontrarse luego de varios meses sin verse. Tendrían entre treinta y cuarenta años: la flor de la edad para muchos, la eterna adolescencia para otros, en fin. A pasitos de mí se encontraron ellos, mientras uno le decía al otro, esbozando un fraternal abrazo: “vi a un trolo caminando y me lo confundí con vos. ¡¿Qué haces, papá?!”. Yo estaba ensimismado en mi desmoronamiento emocional, propio de esos días en que las emociones erizan la piel, cristalizan los ojos y propician abrazos; y no di cuenta de que en esa simple interlocución se hallaba el impulso de una militancia enraizada.


Alimento fresco para la lucha que se avecina, pensé varias horas más tarde, mientras me acomodaba como podía en mi cama desordenada. Cerré los ojos y di gracias. Claro que no le di gracias al dios católico al que tanto daño le hicieron pregonar en nombre del amor. Sentí gratitud por ese grupo de personas, formado por gigantes de la valentía, que catapulta a mi conciencia un orgullo honesto por ser parte de lo que muchos, muchísimos, aún siguen llamando monstruosidad. Ese grupo de pibxs, linqueñxs y de más allá, que empieza a ponerse al hombro la batalla por la igualdad en estas recónditas hectáreas provincianas, en estos lotes en donde la democracia muestra su faceta más humana. Esos monstruos, esos monstruitos, esos yo, esos ellos, esos nosotros. También me di gracias a mí. Sí. Por haber asumido esa convocatoria interna (aquella que solo entienden los que se forjaron en la lucha compartida) a dar (nos) los derechos arrebatados, a no conformarme con la inclusión y a velar por la equidad.



Cuando desperté, sedado por el descanso reparador, entendí que en ese dialogo de machos linqueños aún reside un germen empecinado en destruir. Es entendible, si mi generación se crió con la certeza de que la heteronorma es la que va, haciendo ajeno un sinfín de rostros humanos y castigándolos a la peor opción de la decadente dicotomía ética: lo que está mal. Claro. Si estos tipos crecieron pensando que un travesti era un ridículo disfrazado y un puto era un enfermo que les iba a manotear el bulto.


Cuando desperté caí en la cuenta de que tenía que cansarme de nuevo. Y que lo que me cansaría sería la lucha por desterrar estos mitos, quebrantar lo establecido, corromper el conservadurismo y gritar. Gritarle a los colegios católicos de acá a la vuelta. Gritarles para que dejen de esconder identidades y cesen la fertilización de un dogma paleolítico, infundiéndolo y así llevando a que muchos hasta se maten por una mera imposición de lo que está bien y lo que está mal. Gritarle a las instituciones que criminalizan nuestros cuerpos e insisten en que nuestras vidas no merecen ser vividas como las de ellos. Gritarle a los políticos obtusos. Sí, políticos como el de los globitos amarillos. Para que reflexionen sobre el hecho de que gobernar es mucho más que ganar plata, que gobernar se trata más bien de entender el entramado social y prestar el oído a la pluralidad de voces que ahí se esconde.


Cuando desperté entendí que con lo instituido hay que pelear en diálogo acérrimo. Con él no se puede perder un solo milímetro de terreno. Lo instituido, lo que amenaza con mantener los “valores tradicionales”, debe seguir recibiendo golpes hasta dar con su talón de Aquiles. ¿Y nosotros? Nosotros debemos seguir asestando municiones de humanidad, fabricando armas para batallar por la igualdad.

Cuando desperté me sentí listo para seguir batallando, para seguir sumando monstruos sedientos de amor. No será tarea fácil. Pero lo vamos lograr.

Lincoln, 20/7/15


Este texto me lo compartió Andy el 21 de julio de 2015. Hacía muy poco que nos conocíamos, a través del wasap -aún faltaban días para vernos personalmente-, pero seguramente inspirado por el Día de la Amistad, escribió este texto, que me regaló y me permitió compartirlo en mis redes.

Lo compartí cuando me lo pasó y puse como extra: 

por Andrés Ruffini

compañero militante linqueño


  

Fotos:

Mano: original de mi posteo

150 años de Lincoln: tapa del libro por el aniverario de la ciudad, que me regaló meses después

Las tres restantes: donde un mes después, desde Divernoba, harían el Mural de la Diversidad (que está detrás de Andy y de sus compas)


Andy Ruffini

Este espacio de Huellas en la Pluma surge para homenajear al compañero y amigo activista LGBT+ Andrés Ruffini ( Lincoln, 25 de julio de 1986...